La mañana salió fresca pero pronto entramos en calor. Faldeamos el Pico Arlas y enseguida llegamos al Collado de Pescamou desde donde encontramos la habitual vista del Anie.
Mientras seguíamos avanzando, el refugio de chapa no pasó desapercibido para Elia que, como a mucha gente, le parecía una nave espacial.
Ya le había dicho que en el recorrido íbamos a cruzar un terreno kárstico muy amplio, y con aquello, Elia se impacientaba, hasta que poco a poco nos fuimos metiendo, mientras preguntaba que si sería como el karst del Aspe y yo le comentaba que lo iba a cruzar en breve y luego sería ella quien me dijera si era parecido o no.
Después de un buen rato de caminar entre roca y grietas en un laberinto pétreo, Elia jugaba a localizar las señales rojas que marcan, se supone, la mejor traza y entonces se convenció de que este karst era más potente que el del Aspe. Mirando hacia cualquier parte, el curioso laberinto parecía no tener fin y era el momento de comentarle a Elia que estaba en una Reserva Natural y en uno de los parajes kársticos más importantes de Europa con muchos kilómetros de galerías subterráneas bajo nuestros pies.
Pasando grietas y agujeros, y comentando aquello de las cuevas subterráneas, que le gustó, nos plantamos en la cima sin darnos cuenta.
Eso de ver la Mesa de los Tres Reyes por el otro lado al que estamos habituados a verla también le gustó a Elia, además de estar por encima de las nubes y ver toda la parte francesa que no se la imaginaba así....
Tocaba volver a deshacer lo andado y a sumergirnos en el laberinto, esta vez de vuelta. El fresco de la cima desapareció al poco de empezar a bajar, aunque el calor no apretaba ya que el cierzo se dejaba notar, esta vez como refrigerante.
Poco a poco y con cuidado fuimos saliendo del terreno rocoso mientras la niebla se iba apoderando del Arlas, ya a la vista. Avanzábamos más rápido e incluso tocaba algún trote.
Carreras finales entre la niebla y saltos de alegría pusieron fin a una excursión para hacer con cuidado por un terreno duro y nada fácil. Nos acercamos hasta Linza para comer y después un baño en el río completaron una excursión de mayores donde los dos disfrutamos como enanos y donde al final reconoció que mereció la pena lo de hacer un trayecto un poco más largo de lo habitual con el coche.
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