Los casi 12 grados bajo cero de mínima tomados en el Refugio de Linza permitían mantener la nieve en unas condiciones inmejorables para disfrutarla.
Arranqué hacia el Achar del Caballo mientras el sol no terminaba de apoderarse de la situación. El bosque estaba impresionante y se combinaba a la perfección con el silencio reinante.
Decidí apartarme un poco del bosque y lo que veía tampoco defraudaba. Las acumulaciones de nieve provocadas por el viento habían formado relieves curiosos y llamativos.
De vuelta al bosque, parecía que el sol iba ganando la partida y ofrecía otra visión diferente de las hayas a la que había tenido hasta ese momento.
La llegada al Paso del Oso me ofreció otro entretenimiento. Estuve un buen rato viendo a unos sarrios como pacían tranquilamente. Parecía que sabían que no les iba a hacer nada, miraban y volvían a lo suyo sin molestarse. Aunque no estaban lejos, la muralla rocosa que nos separaba les daba esa confianza,...creo.
Después de un buen rato de observarlos, decidí continuar con el paseo. Aunque aún estaba el sol y el viento, que aunque no había sido fuerte, prácticamente había parado, unos copos empezaron a caer no sé de donde, pero redondeaban un ambiente que no había buscado pero que allí estaba.
Poco duró la nieve, así como llegaron los copos, se esfumaron. El astro rey quería ganar la partida y luchaba por imponerse entre las nubes poco definidas.
Ya de bajada no me cansaba de mirar a todos los lados y disfrutaba con lo que veía como si fuera la primera vez que lo hacía, me encantaba. No llego a entender muy bien como algo tan conocido tiene semejante poder de llamar la atención de manera permanente...????
De vuelta hacia Linza, volví a buscar el Achar del Caballo entre sol y nubes de nuevo.
Una mañana de pasarlo en grande por el monte disfrutando de la nieve, del frío, de los sarrios, del sol, de las nubes, del bosque, de las praderas, de las vistas,....uff, ¡cuanta cosa,... y antes de comer!