La mañana amaneció con abundante niebla, pero poco a poco y por el GR 10 en dirección al valle de Lhers fue despejando. La selva previa a salir a las praderas y bordas de Lhers resultaba espectacular, y eso para nuestros ojos que están acostumbrados a ese paisaje. A lo que no están tan acostumbrados es a los abundantes y frondosos prados, acompañados de bordas habitadas, con perfectas comunicaciones entre ellas, tanto para vehículos como para animales y personas.
Pasados los prados, enfilamos el largo valle de "le labadie" por asfalto hasta el aparcamiento de Aumet, que es donde el acceso de vehículos queda restringido. A partir de ahí queda un buen trozo de pista, a tramos hormigonada, hasta el fondo del valle.
En la cabaña de Pourcibo paramos a echar un bocado. Como siempre, alucinamos de las condiciones de estos refugios en los que da gusto entrar para ver y aprender. A partir de ese punto, dejamos ya la aburrida pista y empezamos a remontar hacia el collado de Saoubathou, aunque la pista continúa un trozo más hasta otra cabaña que hay un poco más arriba.
A los franceses que participaban en la inauguración del "Chemin de la Liberté" les acercaron en autobús hasta donde llegaba el asfalto. Cuando llevábamos una hora de caminata y todavía nos faltaba otra hora para llegar al aparcamiento, nos cruzamos con el autobús que los había llevado, pero cuando paramos a almorzar ya los veíamos ascender por la ladera.
Al poco rato les dimos alcance, primero a un gran grupo (en total superaban los cincuenta) y después poco a poco íbamos alcanzando a más. Yo recordaba como la noche anterior Jean Pierre nos contaba como la gente que huía de España, muchos de ellos ansotanos y chesos, paraban en Lescun algún que otro día para descansar. Familias con niños pasaban temporadas allí, e incluso esos niños, algún que otro día, iban a la escuela con los niños de Lescun, mientras sus padres buscaban donde conseguir el pan.
No paraba de pensar en los cuatro hermanos de mi abuela, a los que por supuesto no conocí, pero bien seguro que pasaron por ahí en su huida desde Ansó. Además, alguno de ellos con la familia al completo, pudiendo ser alguno de esos niños los que acudían a la escuela de Lescun, según nos contaba Jean Pierre. Ufff....
Al llegar al collado de Saoubathou ya divisamos en la collada de La Cunarda a los ansotanos y chesos que habían subido a recibir a los franceses y estaban esperando sentados en la tasca.
Tras beber un buen trago de agua y llenar las cantimploras, debatíamos con uno de los franceses sobre si era mejor ese agua o una buena cerveza. En ese momento todos optamos por un buen trago de agua, sabiendo que seguro que a lo largo del día llegaría el momento de la cerveza.
Una señora, con un muy buen castellano, nos comentaba que se alegraba de ver gente joven que se hubiera animado a hacer el recorrido ya que, según nos contaba, el numeroso grupo de franceses con el que iba, estaba formado por gente muy mayor. Comprobamos que así era, pero la escasa representación juvenil bien merecía una foto.
Sebastian no paraba de hablar y ofrecer productos franceses artesanos a todos los que allí estábamos dispuestos a probarlos sin dudar ni un segundo. Un buen rato de comer, beber y charlar dieron paso a reiniciar la marcha para completar el "camino de la libertad".
Desde la Cunarda todo lo que quedaba era descenso, y ya, por terreno conocido. El coche nos esperaba en La Mina para volver a Ansó.
Habíamos completado un fin de semana redondo, donde el tiempo nos respetó. Disfrutamos del monte en un entorno privilegiado y de nuestra propia compañía. Nos relacionamos con un montón de gente en un encuentro agradable,... y todo por culpa de la libertad.