Poco antes del mediodía nos pusimos rumbo a Zuriza con la intención de plantar la tienda antes de comer. Había muchas preguntas que responder: "¿cómo es la tienda?", "¿de qué color?", "¿cómo se monta?", "¿y si llueve donde comeremos y cenaremos?", ..., en fin, que desde que el día anterior le insinué que cabía la posibilidad de subir al Camping de Zuriza, Elia era todo un manojo de nervios.
Por fin y poco a poco ella misma fue dando respuesta a todas sus preguntas. Me ayudó a plantar la tienda, preparó la mesa para comer, y lo que nunca hace, se preparó para echar una siesta dentro de la tienda, con saco y todo, mientras yo me tomaba un café.
Por la tarde decidimos dar un paseo por Linza. Ella recordaba su paseo por el Barcal de Linza y la Foya Manaté y sobre todo el denominado Refugio de Lacherito . De eso hacía ya tres años, "y no habíamos vuelto".
Después de hacérsele muy corto hasta el refugio, ("esto no es una excursión, ni siquiera de las cortas, sólo es un paseo"), decidimos continuar el recorrido hasta la Foya Manaté para ver si nos encontrábamos el lirio albino que vimos la otra vez, pero no hubo suerte, "¡igual es que no se ha abierto aún, tendremos que volver otro día!". A cambio nos topamos con una digital que ya reconoce perfectamente después de asistir a la proyección de plantas tóxicas en las Jornadas de Medicina Natural de este año.
Después de tomar un buen colacao en el Refugio de Linza con Ana y Beni nos bajamos a Zuriza. Elia volvió a ayudarme a preparar la cena y toda su obsesión era que llegara el momento del paseo nocturno prometido y después dormir en la tienda con su "saco de ranita" como ella dice.
El paseo nocturno fue toda una experiencia. Caminar por la oscuridad en una noche sin luna por Zuriza era algo que también a mi me apetecía y me traía muy buenos y abundantes recuerdos. Elia descubrió lo que eran las luciérnagas de verdad ya que hasta ahora solo las había visto en los dibujos de la tele, además de darle un buen tute a la linterna que llevaba. Volvía a ser un manojo de nervios ante la llegada del momento de dormir en la tienda y no paraba de hablar.
Elia recorrió toda la superficie de la tienda mientras dormía, eso si, sin salirse del saco y solamente despertarse cuando se hacía algún que otro nudo con el saco o tropezaba conmigo o contra la pared de la tienda, seguramente fruto de los nervios acumulados en las últimas horas. Nos levantamos sin madrugar mucho. Después de desayunar nos pusimos las botas y nos fuimos a hacer una excursión "de las cortas".
Por la abundante hierba mojada nos dirigimos hacia el cubilar de Pinaré. El día era muy bueno y al sol hacía calor. La subida a Pinaré resultó cómoda por la sombra que proporcionaba el bosque.
Tras salir del bosque, la abundante hierba que había en el cubilar de Pinaré dificultaba el avance de Elia y no me extraña, porque hasta yo notaba la dificultad. "¡Papá es que tendría que pesar más para chafar la hierba!", decía acertadamente.
Decidimos rodear el cerro de Pinaré para tomar la bajada del circuito de raquetas de Las Eras y así aprovechar el aire reinante en dicho cerro y evitar así el calor hasta meternos de nuevo en el bosque.
La bajada la hicimos rápido ya que se impusieron las carreras a los entretenimientos habituales, palos, escarabajos, flores, babosas, ... y hasta setas.
Solo quedaba recorrer la carretera hasta el Camping. Elia se enfadó un poco conmigo y me dijo que fuera la última vez que le llevara a una excursión en la que hubiera que ir por la carretera. Mientras, ella intentaba por todos los medios no pisar el asfalto, aunque fuera caminando por la cuneta. Los últimos metros los pasó entretenida descubriendo sorprendida como se movía la flecha del GPS mientras avanzábamos.
Después de comer estupendamente en el Camping, desmontamos la tienda y recogimos todo para disfrutar de un merecido chapuzón en el pozo de Zuriza y terminamos el fin de semana por todo lo alto cogiendo "zapillones" como no podía ser de otra manera.