Una previsión de cielos velados y subida de temperaturas, unido a que después tocaba el viaje de vuelta hasta Ansó, hizo que decidiéramos madrugar para realizar la actividad. Los cinco (Peyo, Miguel, Pablo, Jaime y yo) porteamos ocho minutos de reloj para alcanzar la nieve continua, vamos ...ideal.
Un buen rehielo y una pendiente pronunciada hicieron que parte de la expedición decidiera poner cuchillas para avanzar más cómodos y seguros.
Pasos expuestos, pendientes pronunciadas, coladas de nieve del día anterior y un número de huellas por todas las laderas que tendía a infinito, era lo que predominaba por la zona.
El sol quería imponerse pero no llegaba a conseguirlo del todo y se intercalaban los rayos, de vez en cuando, entre las nubes poco consistentes que lo medio tapaban.
Peyo recordaba bien la fecha de cuando estuvimos la última vez en este pico y también recordaba la buena esquiada que nos pegamos en un avanzado mes de junio.
La pendiente de las laderas hacía que cada paso cundiese, de tal forma que nos plantamos en el pico casi sin darnos cuenta.
Buen ambiente en la cima, donde incluso cayeron algunas canciones, dieron paso a un descenso en el que las huellas profundas y todavía endurecidas del día anterior en la parte más alta, no permitían un esquí cómodo. Pero todo fue cambiando al ir descendiendo, donde la nieve primavera nos permitió pensar que esquiábamos como auténticos profesionales.
Un día y un fin de semana redondo de esquí que nos deja tranquilos por si fuese el final de la temporada, donde disfrutamos del monte de la nieve, del entorno y de una compañía en donde no faltaron las risas y el buen ambiente.
Una buena paella en Bielsa en el Restaurante Abstracto "La Taberne du Fou", preparada con cariño mientras echábamos un vermú, ayudaron a completar el viaje de vuelta hasta Ansó.