Elia recordaba que la primera vez que subió a la Punta del Achar de Alano también subimos hasta allí con el coche y el ascenso se recortó bastante. Recordaba bien el camino y pronto se acordó de que arriba, en el Achar, tenía un balcón donde esa primera vez disfrutó de lo lindo.
Después de llegar a la tasca y de intentar subir por todo los sitios que podía, nos dirigimos hacia el Collado de Tresveral. En el puerto de Alano aún quedaban manchas de nieve que nos permitieron disfrutar y aprender.
Aprendió a avanzar con seguridad sobre los neveros, observó como eran los agujeros que se hacían en primavera en ellos, comprobamos la resistencia de la nieve junto a esos agujeros y a decidir si era mejor rodearlos o podíamos atravesarlos.
Todo un intensivo que sus botas nuevas superaron con nota y ella también. Después del pasto suave del puerto de Alano y la entretenida nieve, entramos en un terreno kárstico con aspecto lunar en el que Elia se lo pasó pipa con las trepadas y destrepes para asomarse a los numerosos balcones que con vistas a Zuriza y Tachera no dejaban de sorprenderle.
Aunque nuestro objetivo era la Punta de Tresveral, que teníamos fichada desde las calles de Ansó desde hacía mucho tiempo, le propuse, en vista de cómo se lo estaba pasando, subir antes a la Punta de Ruzquía y así hacer dos picos de una tirada. Aceptó ilusionada sabiendo además que hoy llevábamos salchichón y queso para almorzar.
Antes de llegar a la Punta de Ruzquía, ya observábamos el curioso aspecto de la Peña Ezcaurri que desde allí se divisa y que no pasó desapercibido para Elia, que decía que era mucho más perfecto que hasta los arcos de las puertas de las iglesias.
Desde la Punta de Ruzquía teníamos a la vista nuestro objetivo real del día, la Punta Treveral. Tan solo quedaba bajar al Collado del mismo nombre y remontar el afilado pico. Poco nos costó sabiendo que la recompensa de comer el salchichón y el queso lo íbamos a hacer en la cima.
En la Punta de Tresveral, almorzamos y comprobamos que veíamos Ansó como le había dicho. Era lógico decía, "si desde el banco de Echevarne vemos la punta, también lo tenemos que ver desde aquí. Aunque no hayamos traído los prismáticos seguro que se ve".
Al verla tan animada le propuse volver por Zucaca. Entrando en el circo y recorriendo toda la pedreguera que lo adorna. Nos habíamos asomado al subir a la Punta de Ruzquía y le había encantado, así que volvió a aceptar ilusionada y más cuando le comenté que posiblemente fuéramos los primeros que la recorrían este año después de la temporada invernal.
Pasada la entrada en la pedreguera, en la que había que tener un poco más de cuidado, se lo pasó en grande viendo que bajaba a toda velocidad por las piedras, ..."es como bajar corriendo las escaleras mecánicas, ¡que chulo!", decía.
Hemos dado una vuelta bien maja, en la que hemos improvisado, aprendido, cumplido objetivos sobradamente y disfrutado de una mañana en la que el medio nublado nos ha protegido del calor,... ¿Que más se puede pedir?