lunes, 26 de mayo de 2014

Paseo por Puyeta. Ansó

El sábado nos fuimos con Elia al monte. Ya llevaba tiempo diciéndome que cuándo íbamos a ir, ya que entre unas faenas y otras no había encontrado el momento de llevarla. Aunque la previsión meteorológica daba una ventana seca durante la mañana del sábado, la cosa no pintaba muy bien, pero como habíamos decidido ir, lo que hicimos fue llevar ropa de repuesto por si acaso.
Elegimos un paseo corto por si las moscas, pero que nos daba la posibilidad de combinar la caminata con la bici como tanto le gustó a Elia el año pasado. Al ir a esconder las bicis en el alto de matamachos (límite carretero con Navarra) ya empezaba a chispear pero decidimos seguir adelante y con el coche nos acercamos por la pista a la ermita de Puyeta.



Elia estrenaba botas y al principio dudaba en pisar el charco y ensuciarlas o pegar un salto y, cuando menos, pegarse un salpicón.



Como es habitual en sus salidas, enseguida se encuentra cosas de piedra. Esta vez se trataba de una mini cámara de hacer fotos que, por supuesto la podía colocar en modo manual o automático, y con ella no paraba de hacer fotos a cualquier cosa que nos fuéramos encontrando.



Tan pronto encontraba hierbas que le sobrepasaban en altura como encontraba cuevas donde se resguardaría si las finas y pocas gotas que caían se transformasen en un fuerte chaparrón.




En la collada de marianico, y antes de introducirnos en la frescura de la umbría que nos llevaría a las bicis, corría aire y decidimos ponernos el forro. El brillo en las hojas de las cardoneras era ideal para hacer una foto con su cámara nueva. La humedad del camino también nos dio para recordar que los troncos secos y caídos, una vez mojados por el chaparrón, se convierten en verdaderas trampas resbaladizas si las pisamos, aunque vayamos con botas nuevas.



En el tiempo que estamos no es difícil llevarse a casa un aperitivo en forma de setas y Elia pudo comprobarlo durante el paseo. Además quiso hacer una foto, ésta vez con mi cámara, del botín adquirido.





Unos rayos de sol picante nos acompañaron por la frondosidad del tramo hasta donde habíamos escondido las bicicletas. Tomamos un plátano cada uno para reponer fuerzas y sacamos las bicis del escondite mientras empezaba un suave chaparrón que nos hizo sacar los chubasqueros de las mochilas.




Un corto tramo de carretera, desde el alto de matamachos hasta la entrada de la pista de Puyeta, hizo que nos cruzáramos con Andreas y José Ignacio, dos buenos aficionados a la bici que aprovechaban la parada de lluvias fuertes para disfrutar de lo que les gusta, pese a la amenaza continua de chaparrón.




Elia cogió con ganas los tramos de pista, "¡que botes, esto mola más!", decía. En las rampas de subida comprobó que en la pista no era fácil arrancar y decía que "en las calles de Ansó, aunque hay piedras, están agarradas y aquí no, y se mueven al pedalear fuerte". Esta nueva situación hizo que en un par de ocasiones que se paró a descansar, tuviera que llevar la bici de la oreja para elegir un buen sitio donde poder retomar la marcha. Yo sabía cuando lo conseguía por los gritos que pegaba: "¡ahora si, ahora si, papá!".




Entre el esfuerzo de la subida y que el chaparrón amenazante se desvaneció rápidamente, tuvimos que quitarnos el chubasquero para terminar el ascenso a la ermita de Puyeta, donde nos esperaba el coche con la ropa de recambio, que no hizo falta utilizar, dentro.




Habíamos pasado la mañana del sábado dando un paseo agradable, donde la lluvia solo se quedo en amenaza y donde el disfrute y el continuo aprendizaje formaron parte, como siempre, de nuestras aventuras. Esta vez, además, le llevábamos a mamá un buen aperitivo.