En una de las guindas del Parque Natural de los Valles Occidentales el sol lucía, e incluso picaba, mientras que nubes negras y gordas amenazaban desde el cielo. Agua Tuerta, como siempre, daba pie a disfrutar tanto a pequeños como a mayores.
Seguíamos avanzando y la situación meteorológica se mantenía según las previsiones. Elia echaba en falta palos, piedras y pendientes. Decía que eso era muy llano. El entretenimiento que encontró era dejar que nos alejáramos avanzando y cuando había cierta distancia, alcanzarnos corriendo, eso si, sin dejar de dar volteretas entretanto.
Cierta envidia provocaba un quebrantahuesos, al menos a mi, que sobrevolaba nuestras cabezas y tan pronto alcanzaba el Achar como daba la vuelta por el Rincón, pasaba de largo el Escalé, aparecía por Gabedallo y volvía por La Cema.
Pasado el río, remontamos hasta la Remoledera donde decidimos echar un bocado. Las nubes eran cada vez más amenazadoras y el ambiente indicaba que nos íbamos a mojar. No obstante Elia insistía en subir al Ibón de Estanés.
Le comenté la posibilidad de subir rápidamente por Las Cabretas y si no había empezado a llover hasta ese momento, al menos lo podríamos ver. "Vale, pero si no llueve y podemos llegar nos mojaremos los pies".
Tomada la decisión, dejamos a Elena leyendo mientras nos esperaba, ya que su rodilla no se ha fortalecido lo suficiente en el monte durante el verano como para echar a correr si nos pilla el agua, que por otro lado era algo que estaba cantado.
Tras algunas volteretas más, en apenas veinte minutos nos plantamos a la vista del Ibón de Estanés, y como estaba previsto, pero con un poco de antelación las primeras gotas empezaban a caer. Poco o mejor dicho nada, me costó convencer a Elia de la imposibilidad de bajar al Ibón ante lo que se nos venía encima y decidimos dar media vuelta.
Pocos metros pudimos correr hacia abajo, ya que el chaparrón arreciaba y el suelo y las piedras empezaban a encontrarse muy resbaladizos. Tocó ponerse el chubasquero y bajar con cuidado mirando bien donde pisábamos.
Elia corrió al encuentro de su madre para contarle que estaba empapada, que había visto el Ibón y que había notado el calor que salia de una "marmotera" en su mano.
Cruzar todo Agua Tuerta bajo un buen chaparrón no fue cómodo. Elia no paraba de decirme que se le caían los pantalones ya que con el giro de la rodilla en cada paso se le agarraban y le tiraban, y además ¡estaban fríos!. Un cambio de ropa, unido a una buena comida y una buena "cherata" en la caseta del Achar hicieron que desaparecieran todas las incomodidades del remojete y todo quedara en una aventura.