Dejamos el coche en la Borda Ostias y tras cruzar el puente empezamos a remontar realizando zig-zags por un camino precioso. Hasta ahora, para subir a la Loma Beatorre, el ascenso se realizaba por una trocha recta, con pendiente pronunciada que terminaba siendo aburrida y dura. La recompensa cuando se llegaba arriba era buena, pero la trocha había que pasarla.
Aunque el otoño está avanzado, las hojas del suelo dan un juego terrible. Elia aprendió a diferenciar unas cuantas en función de su forma y a relacionar cada una con los frutos del árbol correspondiente.
El camino asciende dando vueltas con una pendiente moderada y resulta muy agradable ganar altura de esa forma. Aunque las trochas lo cortan varias veces, da gusto seguirlo y ver que lo que se ha recuperado forma parte de un gran patrimonio que en los últimos años se había abandonado.
Cuando llegamos al Campo Merejildo, Elia estaba contentísima. La excursión le estaba gustando, el camino del Solano de Salas le había encantado, había aprendido a distinguir unos cuantos árboles por sus hojas y para colmo, dando golpecitos a una seta muy rara había visto esporas, que parecían polvo, pero eran esporas. ¡Había oído hablar de ellas, pero no las había visto nunca!, decía ilusionada.
Pero lo mejor estaba por llegar. Aunque ya era la tercera vez que visitaba la Cueva Gurrillón, las tres veces había llegado por caminos diferentes. Al llegar a la zona señalizada Elia empezaba a recordar y ya decía: "¡¿me dejarás subir por donde estuvimos la última vez?,... pero ahora yo sola que ya soy más mayor!".
No se conformó con una vez, hasta tres veces repitió la trepada, disfrutando sin parar como una niña...
En la Cueva Gurrillón se estaba de maravilla y aprovechamos para echar un bocado bien a gusto al resguardo y al sol de otoño.
Podíamos haber elegido volver a la Borda Ostias por la Faja Beatorre y completar así una circular espectacular, pero habíamos dejado las bicis en la Borda Chiquín, ya que también nos apetecía ir en bici. Bajamos por el Barranco Piero hasta Zabalcoch todo lo rápido que nos permitía la abundante humedad de las umbrías, y cogimos la bici con ganas.
Tras la parada obligada en la Fuente Pierra llegamos al coche más rápido de lo que apetecía. Tanto es así que Elia se enfado un poco por tener el coche tan cerca.
Le invité a que me ayudara a colocar las bicis en su sitio y el pequeño enfado se le pasó rápidamente. Se dio cuenta de que tenía hambre y quería llegar a casa cuanto antes para contarle a mamá todo lo que había visto, aprendido, jugado y disfrutado por el monte, en un día de otoño espectacular.