Entramos como el domingo anterior a todo el laberinto, esta vez con la idea de no perder la falda de Lapazarra, aún a costa de tenernos que quitar los esquís en algún punto.
En esta jornada avanzamos algo más cómodos que la vez anterior y no perdemos la orientación, siempre en la falda de Lapazarra. Eso me anima a mí, e intento trasmitirlo a mis acompañantes, que no obstante, disfrutan de lo que están viendo.
Al dar vista a la Paquiza de Linzola y al collado de Larrería se nos corta la nieve, teniendo que pasar este tramo con los esquís en la mochila. Hasta ese momento solo habíamos visto rastros de fauna (jabalí, corzo, ciervo, picapinos, dorsiblanco,...) pero al salir a la solana, observamos un águila real y una manada de unos 20 sarrios a los que arrebatamos el cado para echar un bocado.
Jaime con la tripa llena, decide que él no pasa de ahí, y se queda sentado esperándonos. Intentamos entre todos, buscar una buena excusa, y decidimos que está bien que se quede para que, cuando volvamos, tengamos una buena referencia y acertemos por dónde coger el paso bueno.
Con José Antonio continuamos hacia la Foya del Portillo. Al principio se nos vuelve a complicar con muchas fagarras, pero pronto el bosque se transforma y, lo que ha sido todo el rato un bosque denso de hayas, pasa a ser la zona de los últimos y más espaciados pinos negros, lo que facilita nuestro avance.
Llegando a la Foya del Portillo de Larra las vistas cambian, y lo que hasta ahora eran agujeros con distancias cortas, ahora pasa a ser la amplitud de las faldas de Ukerdi y Budoguía. E incluso echando la vista atrás se puede observar Lapazarra como si estuviera en el centro del universo.
Aunque la subida a Budoguía está de lo más tentadora, decidimos dar la vuelta, ya que el reloj avanza rápidamente a la vez que el sol aprieta cada vez más, con la consecuente transformación de la nieve.
Pronto llegamos hasta donde está Jaime esperándonos. Hemos invertido casi el mismo tiempo en subir que en bajar, y eso que el principio de la bajada estaba muy limpio en comparación con lo que nos viene ahora.
Para los tres, ahora empieza una bajada, vamos a decir entretenida, por las remadas entre agujero y agujero, los golpes en la cara de las ramas, los enganchones,... sin olvidar el tener que quitar los esquís un par de veces para reorientarnos.
Otra de las pegas es que por la mañana la nieve estaba dura y no hemos dejado huella al subir, con lo que acertar en la bajada es otra dificultad añadida. No obstante, conseguimos llegar a zonas que se me hacen conocidas y que nos permiten ir saliendo de este laberinto.
Por fin y tras tres horas de bajada, no precisamente disfrutona, nos plantamos en el coche después de un día buenísimo y donde Jaime y José Antonio descubrieron que, realmente, lo blanco se esquía.
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