No era la primera vez que lo intentábamos con su bici nueva, ya que hace unos días nos tuvimos que dar la vuelta por un inoportuno pinchazo, a la altura de La Collada de Terit.
Esta vez íbamos preparados con repuestos y volvíamos a intentar llegar hasta el final de la pista. Elia nunca había estado allí y tenía ganas de llegar, ya que yo le comentaba que pensaba que le iba a gustar lo que allí iba a ver.
El suave tramo inicial, con incluso algún tramo en descenso, hasta La Collada de Terit,dieron paso al continuo tramo de rampas ascendentes. El paisaje también cambia a la vez que la pendiente, pasamos del predominio del pino y el chaparro a la fresca sombra de las hayas.
En el pozo de incendios paramos a echar un trago de agua, quitarnos ropa y descansar un poco de las primeras rampas. Elia estaba probando la eficacia en subida del plato tan pequeño que tenía su bici nueva y estaba encantada porque, aunque iba despacio, no se cansaba casi porque no tenía que hacer fuerza.
La rampa es continua y no hay descansos, así que aprovechamos la sombra de las hayas para hacer alguna parada y recuperar fuerzas, ya que aunque lo del plato pequeño estaba bien, la continuidad de la pendiente requería algún descanso.
Al llegar a la parte mas alta, Elia se llevó la primera sorpresa cuando vio el cartel del camino que baja hasta Santa Lucia. "Esto no me lo esperaba" decía. Al comentarle que aún le iban a gustar más las vistas que rápidamente íbamos a ver, ella me decía "¿están tan bien como las del Castillo de Acher?". Le comenté que eran diferentes pero que pensaba que también le gustarían.
Antes de parar con la bici ya gritaba "¡que chulo!, ¡allí abajo hay un pueblo!". Mas contenta se puso cuando le dije que era Hecho y que también se veía Siresa.
Antes de emprender la vuelta, subimos hasta la arista donde está la caseta de vigilancia de incendios y ver la otra vertiente de la sierra. Vimos como la sierra separa los cauces de los ríos Veral y Subordán y nos da unas muy buenas vistas de los valles de Ansó y Hecho. Por poco no vimos Santa Lucia aunque sí los campos cercanos que rodean las casas.
Nos pusimos un chubasquero para parar el aire fresco de la bajada hasta la Collada de Terit, donde volvimos a quitarlo, aunque lo dejamos a mano en la mochila por si las moscas, ya que las nubes evolucionaban rápidamente y aún había que parar en el observatorio ornitológico.
Le comente la posibilidad de pasar de largo de la caseta porque las nubes engordaban rápidamente pero ella estaba empeñada y me decía que tenía que hacer una cosa. Al llegar, sacó de la mochila un cuaderno y se puso a apuntar los nombres y las envergaduras de las aves que había en el cartel del interior de la caseta. Eso me sorprendió, y al verlo, no le puse ninguna prisa para continuar. Además teníamos ropa de repuesto en el coche que habíamos puesto en previsión de que nos pillara la tormenta.
Algo bueno había recordado de la vez anterior en la que pinchamos. Aquello me gustó mucho y además no nos mojamos. Una mañana que dio para muchas cosas interesantes y que nos permitió disfrutar del monte, de la bici, del entorno y de las formas de las nubes.
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