Elia tenía unas ganas locas por subir a la Mesa, tanto es así que cuando se acostó la noche anterior no se podía dormir porque como dice ella, "tenía mariposas en la tripa" de los nervios que acumulaba. Pero una vez despierta, después del madrugón, solo quedaba ponerse manos a la obra.
Ya era la cuarta vez que hacía el recorrido hasta el collado de Linza, así que ese tramo ya era conocido. En este punto tocaba echar un bocado y mirar el croquis que habíamos preparado el día anterior con el recorrido, ya que aún no interpretamos bien los mapas.
En los tramos por donde la roca característica del paisaje kárstico hacía que hubiese que parar a buscar los mojones del sendero para no perderlo, Elia decía: "¡esto se anima!" y disfrutaba de lo lindo con las pequeñas trepadas que nos íbamos encontrando. Viendo esto, aproveché para decirle que en el cono final al pico aún había más y mejores trepadas que las que había donde nos encontrábamos. Esto aún le animó más a tirar para adelante sin titubeos.
Elia miraba hacia todos los lados y siempre encontraba algo para decir "¡mira papá que chulo!". Especial interés encontró en las vistas de Petrachema y sus agujas que aparecían y desparecían entre la "boira".
Cuando encaramos el cono final, comenzó a gritar "¡¡no me lo puedo creer, ahora si que de verdad voy a subir a la Mesa!!", y a la seguida "¡pues no es tan largo como decía mamá!". Tuve que echarle un poco el freno porque con tanta euforia se lanzaba hacia las trepadas finales algo descontrolada. Al insistir en que debía ser prudente, su respuesta, sin parar de avanzar, era la de siempre "que sí papá, pesau".
Algo de chasco se llevó al llegar arriba y ver que el castillo que le habían comentado que había era algo pequeño, pero todo se vio compensado por el dragón de juguete que lo habitaba y con el que jugó como una niña.
Nos costó arrancar. Elia quería disfrutar del pico que con tantas ganas había subido. Comimos, nos echamos fotos, nos echaron fotos, sacamos nosotros también a la gente que había en buen número,...
La niebla también ayudó para tomar la decisión de emprender la bajada, ya que cada vez se iba metiendo más en la cima.
Viendo que se lo pasaba en grande destrepando, le comenté la posibilidad de bajar por donde habíamos subido o destrepar "a la aventura" un pequeño tramo. No hubo ninguna duda en la respuesta: "a la aventura".
"¡Me ha encantado la Mesa!, ¿podremos repetirla otro día?", eran sus palabras nada más terminar los destrepes. Yo también estaba muy contento de escuchar eso, pero le recordaba que aún quedaba bajar hasta Linza y que eso también formaba parte de la excursión,... "ya, ya, pero...¿podremos repetir?", insistía.
Desde el collado de Linza se despidió de la Mesa hasta la próxima vez, y ya por terreno conocido y más suave, las carreras comenzaron mientras la "boira" parecía que también quería participar.
Elia seguía eufórica, y después de dar un sin fin de volteretas, dimos buena cuenta de unos merecidos huevos fritos en el refugio, donde les contó a todos donde había estado y lo bien que lo había pasado.
¡Que bien! Emocionante.
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