El domingo 17 de octubre, tras pernoctar en el Refugio de los Ibones de Bachimaña, partimos con Elia hacia el objetivo del día, los Picos del Infierno.
Desayunamos a las siete y media y pronto nos pusimos en marcha. Pese a que anunciaban cielo nublado, lo que teníamos al amanecer era un cielo algo velado.
Recorrimos el tramo por el que el día anterior habíamos pasado para remontar hacia los
Ibones de Pecico. Con las vistas del
Ibón de Bachimaña, esta vez remontamos hacia los
Ibones Azules.
A los dos nos llamó la atención el nivel tan bajo del
Ibón Azul inferior, y la linea tan marcada de cuando está lleno.
Desde el
Ibón Azul superior ya veíamos claramente el
Collado del Infierno, y tras remontar por restos morrénicos y con las vistas puestas en la
cara norte de los Infiernos y su pequeño glaciar, enseguida dimos vista al precioso
Ibón de Tebarray junto al pico del mismo nombre.
A la sombra y pisando alguna pequeña mancha de nieve nueva, comenzamos la remontada hacia los
Infiernos.
Remontando entre las blancas marmoleras y la oscura roca de la también conocida como
Quijada de Pondiellos, y prestando la atención y cuidado que se merece, íbamos ascendiendo poco a poco.
Al dar vista a los Ibones de Pondiellos, también salimos de la fría sombra y todo se agradeció. Tanto las vistas del Garmo Negro y los ibones, como el sol, que se iba apoderando poco a poco de los cielos velados, resultaban de lo más agradables.
Una última trepada nos plantó en la primera de las cimas del día, el Pico del Infierno occidental.
Después, cruzamos la espectacular marmolera para alcanzar la cima del
Infierno Central y luego, sin pérdida de tiempo, trepamos hasta la oriental cruzando la pequeña brecha que las separa.
Elia estaba encantada de tanta trepada y con cierta incertidumbre por el descenso que le había propuesto por la cara sur de los
Infiernos.
Una vez metidos en el terreno descompuesto (recomendable casco) de la canal sur y viendo que poco a poco se dejaba, Elia pasó de la incertidumbre al disfrute en los destrepes.
Un vistazo al terreno que habíamos recorrido antes de dirigirnos al
Collado de Pondiellos, permitió ver claro por dónde habíamos bajado. Elia estaba contentísima y me decía que no era tan complicado de como se lo había descrito yo.
Una vez en el
Collado de Pondiellos y con las vistas del
Balneario de Panticosa debajo, solo restaba descender los casi 1200 metros de desnivel que nos separaban. Todo fue rápido comentando lo bien que lo habíamos pasado en las trepadas y destrepes del día. También la pernocta en el refugio y el fin de semana tan completo que habíamos tenido nos dejaron un buen recuerdo, con objetivos que se van cumpliendo poco a poco, y pensando con ganas en el siguiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios