Salimos del Parador de Oroel con una mañana buenísima y con la intención de ascender a la cruz de la Peña Oroel de una forma diferente a la habitual.
El bosque es muy majo y aunque Elia se entretenía algo repasando las especies que conocía y que aprendió la semana anterior en las jornadas ambientales de Borau, no paraba de preguntar hasta el punto de cansar "¿pero cuando escalamos?".
Una vez que nos pusimos los arneses y empezaron las trepadas la cosa cambió, aunque aquello de no usar la cuerda le mosqueaba y seguía con la misma pregunta, pero ya no tan insistentemente y con otra actitud.
Lo de advertirle que tenía que estar concentrada y que había momentos en donde no podía fallar, además de decirle que se acercaba la chimenea en donde nos íbamos a encordar le animaba y ya veía las cosas de otra manera.
El hecho de empezar a escalar, ya fue la guinda del pastel. Toda la subida le había gustado, decía. "Pero es que tenía ganas de escalar" era la excusa para justificar la cantidad de veces que había repetido la pregunta "¿pero cuando escalamos?".
Aunque ya había visto el conglomerado en Riglos, nunca había escalado por uno, además también se entretenía comentando que eran como dientes o muelas del monte según el tamaño de los cantos.
Salvada la chimenea tocaba otro tramo de caminar-trepar por una faja preciosa donde las vistas adquieren protagonismo. Los picos del Pirineo contrastan con los campos de cultivo de la extensa Canal de Berdún.
Pese a que el recorrido está marcado con puntos de pintura roja que facilitan la ascensión, la visión de la cruz de la cima nos indica hacia donde hay que dirigirse.
Un espolón aéreo nos acercó al último muro del día donde nos volveríamos a encordar. Pasado el espolón con mucho cuidado y concentración se vio claro el último tramo que nos quedaba para llegar a la punta.
Elia trepaba con soltura y disfrutaba de la escalada y del día. Tanto es así, que le tenía que decir que parara un poco ya que quería conseguir alguna foto, y a esa velocidad no me daba tiempo.
La llegada a la cruz le produjo un poco de vergüenza por la cantidad de gente que allí había y le comentaban lo valiente que era por haber subido por allí.
Nos hicieron esta foto a los tres y, mientras comenzábamos a recoger todos los bátulos, aparecieron por allí Loles y Ana. Una pareja de chesas con las que compartimos unos frutos secos y buena conversación.
Los cinco bajamos juntos por el camino normal disfrutando de la sombra de los abetos, una vez metidos en el bosque.
Loles y Ana habían subido desde Jaca y continuaron hacia allí. Nosotros nos quedamos en el Parador de Oroel donde habíamos iniciado la actividad y donde teníamos el coche. Una cerveza fresca para los mayores y un refresco para Elia sirvió de brindis y aperitivo a la posterior comida de la que también disfrutamos de camino a casa.
Un aprovechado y agradable día en el monte con un ambiente extraordinario.
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