Salí con los guantes puestos y una chaqueta, pero en la subida a Puyeta tuve que parar a quitarme ropa. Al llegar a la muga con Navarra, para bajar el puerto de Matamachos, me volví a poner ropa. Y al poco de empezar a bajar volví a parar para añadir algo más ya que las sombras de este puerto hacían que las lágrimas salieran solas.
Me vi contento de llegar a la pista, justo antes de llegar a Garde, para empezar a subir y entrar en calor. Al llegar al fondo del barranco comienzan las rampas de verdad y, aunque al principio, las cogí en sombra, conforme se ganaba altura iba entrando el sol y se empezaba a notar.
A mitad de subida ya sobraba todo. En una parada aproveché y me quité mallas y manga larga y se notó.
Buena sorpresa me llevé cuando la cámara que había colocado por la mañana no estaba como debería. La llanta se apoyaba en el suelo de la pista con la rueda chafada y todo indicaba que había pinchado. ¿Igual hay que pensar en cambiar la cubierta, que va un poco lisa...?
Aunque llevaba cámara de repuesto, decidí poner un parche ya que el pincho que había agujereado la cámara lo localicé rápido y el día invitaba a perder todo el tiempo que hiciera falta.
En las últimas y pronunciadas rampas antes de llegar a la divisoria con el valle de Ansó, cualquier excusa era buena para parar a echar fotos, que si una sombra, que si las vistas,....
En la punta de Forato decidí echar un tentempié y me dí cuenta de que aún podría llegar a casa a comer con buena hora, así que inicié la bajada con ganas. En un momento no se si frené demasiado o una piedra estaba mal colocada, el caso es que yo seguí bajando mientras la bici se quedaba clavada en el camino. Vamos, que me di un tortazo de esos que cuando paras de rodar piensas, dónde estoy y qué ha pasado a la vez. Y mientras te levantas, miras rápidamente alrededor para ver si alguien se está riendo y si lo pillas, con suerte, y si es una persona normal, igual intenta disimular la carcajada.
Sin duda, la guinda de la bajada es el Cerro de Calveira. Tiene la pendiente adecuada, no hay piedras, ni bien ni mal colocadas, ... vamos, ...¡la leche!.
Después de pasar el Cerro de Calveira solo quedaba la bajada hasta el puente Zaburría por el camino de Calveira. Como siempre las vueltas a derechas me cuestan mucho más que las vueltas a izquierdas, ??? eso de las dos mitades diferentes del cuerpo debe de ser verdad.
Al llegar al puente de Zaburría, y si no fuera porque estamos a mitad de noviembre, uno no puede evitar acordarse de un buen chapuzón. Hubiera sido otra guinda más para completar una jornada de disfrute y diversión por el monte. Tampoco estuvo mal llegar con hambre a casa y justo a la hora de comer.
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