En los primeros tramos, cuando entramos por la pista, aún nos pega algo el sol y Elia me recrimina que le había dicho que íbamos a ir por la sombra.
A Elia le gusta el olor que desprenden las mentas, además confirma lo que ha aprendido en otras salidas al monte y es que, donde aparecen estas plantas, el suelo esta muy húmedo y hay alta probabilidad de encontrarnos con un "chamarcallo", que es como llamamos en Ansó a las zonas con fango o turberas en exceso húmedas. Si no se tiene cuidado de rodearlas, las botas pueden acabar enterradas en el barro sin darnos cuenta.
La continua recolección de fresas y la promesa de que para cruzar el barranco hay un puente sin barandillas, añadido a que una oportuna nube oculta momentaneamente el sol, hacen que la llegada a la sombra se pase más rápidamente.
Pese a haber entrado en la sombra continua del Paco de Las Eras, la hidratación es necesaria en estos días de calor.
También resulta difícilmente superable la merienda "de verdad" que le ha preparado a Elia su abuela.
Después de la merienda retomamos la marcha en busca de la bajada. Elegimos uno de los cinco recorridos del circuito de raquetas, completando uno en forma de ocho, lo que no deja indiferente a Elia que se queda pensativa en el cruce, y pregunta con curiosidad, ¿por qué cruzamos otra vez el tramo de subida si estamos bajando?.
La tarde ha ido avanzando, pero al comentarle a Elia que aún podemos echar un chapuzón en el barranco de Petrachema si nos damos prisa, la carrera en la cuesta abajo aparece con naturalidad.
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