Este año tocaba reconocer las mugas localizadas en las colladas de la Cunarda y del Palo (277 y 276 respectivamente) y el punto de encuentro era en La Mina de Guarrinza. Allí acudimos puntuales para no perdernos nada.
Elia empezó a preocuparse porque no podía seguir el ritmo impuesto, pero le dije que si seguíamos un ritmo constante y tranquilo llegaríamos con todos a la vez. Así lo hicimos y no solo llegamos a la vez, sino que finalmente nos convertimos en cabeza de grupo para llegar al objetivo, la muga 277 de la Collada de la Cunarda.
Allí nos juntamos con los franceses y tras la lectura y firma de los expedientes, todos nos dirigimos a la muga 276 de la Collada del Palo.
La parada allí fue mas larga, ademas de los formalismos que llegaron al final, la comida y el viento fueron los protagonistas.
Una vez terminado el reconocimiento, llegó la hora de la despedida. Después de unas cuantas canciones y la quedada para el año siguiente, los franceses se dirigieron al Collado de Saoubathou y los españoles bajaran por el Puerto de Las Foyas hasta La Mina donde habíamos iniciado la caminata.
Elia y yo nos bajamos hacia Lescun para seguir aprovechando el fin de semana como teníamos planeado. Allí íbamos a pernoctar para continuar al día siguiente hasta Linza.
Poco a poco y conforme íbamos bajando nos íbamos quitando ropa a la vez que disfrutábamos del potente descenso. Pastos, cabañas y bosques eran los protagonistas, adornados por flora poco habitual por nuestra zona como el acónito que estaba en plena floración.
Entre juegos de sombras chinescas con la sombra que producían sus manos sobre el suelo, poco a poco fuimos llegando a la carretera.
Un tramo de carretera que a los dos se nos hizo corto. Los prados y sus bordas, el casi nulo tráfico y su estrechez y el paisaje de ensueño que nos rodeaba permitió llegar a nuestro destino con tiempo para disfrutar también del pueblo de Lescun. Jornada entretenida de monte y estupenda estancia en un lugar de lo más acogedor.
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