martes, 25 de octubre de 2016

XII Marcha Senderista Otoño Valle de Ansó.

¡Se completó la docena!. Ya son unas cuantas ediciones de esta marcha organizada con mimo por el Club de Montaña Linza de Ansó. Son muchos los colaboradores, pero este año me apetece nombrar a Javi, Tatan y Fernando que, para mi, son los pilares en los que se apoya toda la infraestructura, sin desmerecer para nada a todo el voluntariado que pone su tiempo y sus ganas para que todos disfrutemos de la jornada.




Con la amenaza de lluvia, salimos alrededor de 200 personas con ganas, para disfrutar por el monte de Ansó. Pese al nublado potente, la temperatura era de lo más agradable y el ambiente otoñal era lo que primaba, como corresponde a la zona y en la época en la que nos encontramos.




Un poco antes de llegar al primer avituallamiento empezaron a caer las primeras gotas. Dudamos en ponernos o no el chubasquero pero al final lo aplazamos hasta la parada.




Al llegar al avituallamiento ya si que nos tapamos y, mientras picábamos, tocaba decidir si continuábamos por el recorrido largo o por el contrario realizábamos el corto en vista del percal. Tanto a Elia como a su amigo Martín les costó decidirse, pero al final, el recuerdo de ir con los pantalones mojados y pegados en las piernas mientras el aire aprieta, les terminó de convencer para aprovechar el resguardo del bosque y disfrutar de un buen paseo por el Vedau de Ansó




Los chaparrones se sucedían pero eran suaves, esto añadido a la temperatura también suave, permitían disfrutar del día con un buen ambiente alrededor. Incluso después de un septiembre muy seco, las setas salían con ganas y algunas bien grandes.




Por el camino fuimos recogiendo ejemplares de diferentes hojas con el fin de diferenciarlas y reconocerlas. La Espelunga Pabirrio fue el sitio elegido para, a resguardo, observar lo recolectado.




Vimos diferentes tipos de arces y de serbales, y mirando mirando, veíamos diferencias entre avellaneras y olmos, también nos fijamos en las yemas tan negras de los fresnos, los pinchos tan malos del arto, lo finas y suaves que son las hojas de las hayas,...




Cada tramo de bosque se convertía en un auténtico mirador, donde lo que abundaba era el colorido otoñal y nosotros lo aprovechábamos sin parar.




Casi sin darnos cuenta nos plantamos dando vista al pueblo. Habíamos terminado antes de lo previsto la marcha al hacer el recorrido corto, pero lo habíamos pasado en grande y el paseo resultó comodísimo y agradable, perfectamente adaptado a las condiciones del día.



Jóvenes y más veteranos acudimos al control de llegada con tiempo suficiente para esperar a los valientes que se decidieron por el recorrido largo. Una buena solución parecía tomar un buen vermú después de la ducha, y así lo hicimos, antes de disfrutar de una buena comida, como cada año, en el trinquete. 



Dejamos pendiente subir a la Punta del Raso para otra ocasión que el tiempo sea más favorable.






domingo, 16 de octubre de 2016

Bisaurín. Ilusión, sueño cumplido y nuevas experiencias.

Desde mediados de la semana que termina, Elia estaba nerviosísima viendo la posibilidad de poder ir el sábado al Bisaurín. El año pasado se lo puso como meta y durante el verano se ha ido preparando para ello. Dependíamos de una previsión meteorológica que fuera favorable y conforme avanzaba la semana se iba confirmando.




Así, el viernes por la tarde, después de la escuela partimos hacia Lizara. La subida al Bisaurín llevaba también la pernocta en el refugio. También se trataba de algo nuevo, era la primera vez que dormía en un refugio y la primera vez que hacía uso de la tarjeta federativa. La ilusión con la que la entregó a la llegada al refugio fue una primera liberación de tensión acumulada durante los últimos días.




Cenó con ganas y nos fuimos a dormir temprano. Desde Aragüés del Puerto, yendo en el coche vimos como había nevado en la cima y la noche se preveía fresca. Madrugamos para salir temprano y las previsiones se cumplían en una mañana fresca y despejada.




En el collado de Lo Foratón nos tuvimos que poner la poca ropa que nos habíamos quitado en el ascenso hasta allí. El viento que allí soplaba ya no nos abandonaría en el resto del ascenso.






Como en todas las excursiones, las múltiples curiosidades y juegos hacían que el ascenso fuera más llevadero. Esta vez los cristales de hielo formados en el barro no pasaron desapercibidos. Paradas para echar un bocado se juntaban con equilibrios extraños, trepadas y sobre todo la novedad de machacar la primera nieve del año.





Poco a poco íbamos ganado altura y Elia no paraba de decir que ya tenía ganas de que se cumpliera su sueño de subir al Biasurín. Yo le recordaba que aún faltaba llegar hasta arriba y bajar para completar la excursión, pero ella seguía en sus trece y no cedía diciendo: "... ya, ya, pero es que ya estoy subiendo al Bisaurín".





Las manchas de nieve se iban haciendo cada vez más grandes hasta que, llegando a la cúpula de la cima, la continuidad se podía considerar total. Elia estaba eufórica y por momentos arrancaba como poseída hacia la punta hasta que, enseguida y tras desequilibrios producidos por el fuerte viento, pedía que le diera la mano. 




Las rachas eran fuertes y frías. Un poco antes de llegar arriba paramos para añadir algo de ropa. Mientras, escuchamos un ruido que se hacía cada vez más fuerte. Una avioneta apareció de repente rozando la cima del Bisaurín. Sorpresa y asombro se juntaron ante la visión tan cercana del aparato. Comentábamos que si llegamos a estar en ese momento en la punta seguramente nos hubiéramos tenido que echar al suelo para evitar la sensación de que se nos llevara por delante. Para Elia pasó a ser de lo mejor del día.




El fuerte viento y el frío no permitió estar mucho rato en la punta, pero nos fuimos con la faena hecha. Descendimos un buen rato hasta que en un resguardo echamos un bocado, comentando que ya habíamos hecho el Bisaurín, que habíamos pisado un montón de nieve y que habíamos visto una avioneta volando muy muy de cerca.




En la bajada nos cruzamos con mucha gente que subía y todo el mundo le decía algo a Elia. Me decía que no le gustaba mucho que le dijeran tantas cosas, pero yo le decía que si yo viera a una niña o niño de su edad por el Bisaurín también le diría muchas cosas para animarle.




Una vez cruzado el collado de Lo Foratón nos permitió quitarnos de nuevo ropa y pensar en llegar al Refugio de Lizara para reponer fuerzas con unos buenos huevos fritos.



Después de un verano preparándonos con ilusión, se había cumplido el sueño de subir al Bisaurín. Además, habíamos dormido en un refugio de montaña y habíamos tenido la suerte de tener un día espectacular, en un entorno precioso y con una nevada reciente que hizo las delicias de una joven montañera en su ascensión. Además el paso de la avioneta por la cima no sera fácil de olvidar. Lo que si resultó fácil fue dormir rápido al acostarse por la noche, después de que en los últimos días, desde que se confirmaba que íbamos al Bisaurín, el conciliar el sueño resultaba complicado.