lunes, 2 de junio de 2014

Cueva Palomar. Camino de Majones a Fago.

Ayer domingo amaneció despejado en Ansó. Pese al sol, la temperatura era fresca para ser primero de junio y en la cabecera del valle se observaban nubes de cierzo como decimos aquí. Elia tenía ganas de monte y en vista de la situación decidimos aprovechar las zonas más al sur escapando del cierzo. Cogimos el coche y cargamos las bicis como ya es costumbre últimamente, y sin pensarlo dos veces nos fuimos hacia la foz de Fago.


Pasado Fago, en dirección Majones paramos en el antiguo molino para esconder las bicis y continuamos con el coche hasta el mirador ornitológico de la foz, previo al tunel carretero. Caminamos unos metros por la carretera en la misma dirección y pronto cogimos el camino de Majones a Fago.



En esos primeros pasos de orientación sur y resguardados del cierzo el sol se dejaba notar. No había nada más que ver la vegetación que nos rodeaba para darnos cuenta de que por aquí en julio o agosto es mejor pensárselo o madrugar mucho para evitar deshidratarse.




Un cambio de orientación en el camino hizo que todo cambiase, las vistas hacia la Cueva Palomar, el ruido de las cascadas de la foz de Fago, la vegetación, y hasta el cierzo, otras veces tan molesto y frío, entonces también resultase bastante agradable.




Un poco antes de llegar a la cueva Palomar, una carrasca de cierto tamaño se había caído y se había quedado cruzada en medio del camino. Al ir acercándonos yo comenté: "¡esto no estaba previsto!". Las carcajadas empezaron a brotar de Elia como poseída, yo no entendía nada y ella tampoco podía explicármelo hasta que no parase de reír. Por fin, pudo contarme que en los dibujos de "Dora la exploradora" hacen un comentario similar, sino idéntico, cuando ocurre algo inesperado en sus aventuras y que eso le gustaba mucho cuando lo oía. Ahora lo había vuelto a oír, pero no en los dibujos, sino en el camino de Majones ("si, si el de la jota de Ansó") a Fago.




Después de los juegos en la cueva, de observar que tiene goteras, de encontrarse otro móvil de piedra, y de tomar una barrita con trago de agua incluido retomamos la marcha con ratos de cierto calor en las zonas más resguardadas, y de frescura agradable en las zonas más expuestas al viento del norte.




No faltaron las carreras con excusas como las de buscar sombras. Tampoco faltaron conversaciones con sus amigas a través de su nuevo móvil, eso sí, cuando tenía cobertura. Ante mi pregunta de que si no tenía ya bastantes móviles, solo para evitar llevar otra piedra en la mochila cuando cogiéramos las bicis, su respuesta fue contundente: "es que éste es táctil".




El ruido del agua nos iba anunciando que nos estábamos acercando al barranco. Ya le había comentado a Elia que para cruzarlo pasaríamos por una pasarela que estaría si las crecidas por las tormentas no se la habían llevado. Esta vez hubo suerte y la pasarela estaba. A Elia le encantó cruzar por ella: "se mueve", decía. Tras unas cuatro o cinco veces, me prometió que iba a ser la última vez que la cruzara, y así fue.





Mientras veíamos el antiguo molino de Fago y sacábamos las bicis del escondite, Elia no paraba de llamar a sus amigas para contarles lo de la pasarela.




Superadas algunas dificultades para sacar la bici a la carretera, solo nos faltaba ir hasta el coche. Aún nos quedaban unas rampas pasado el Puente de Camín en las que como Elia decía: "hay que dar caña". ¡Prueba superada!, incluso me demostró que podía subirlas sentada en el sillín de la bici, pero eso si, "dando caña".



Antes de volver a casa contentos por la excursión y las aventuras, le enseñé a Elia una poza donde, de no ser porque el agua todavía está fría y de que el calor aún no aprieta lo suficiente, el baño hubiera caído con seguridad.