martes, 20 de agosto de 2013

Puente Sil-Oza, camino viejo. Hecho

El sábado 10 de agosto nos cambiamos de valle para dar un bonito paseo con Elia. Además, el final del paseo tenía una buena recompensa para ella. Nos aprovechamos de tío Pedro para que nos dejara en el puente y nos esperara en Oza. De esta forma nosotros no teníamos que preocuparnos por el coche.
 
 
Al bajar del coche y empezar a caminar, Elia preguntó preocupada por su mochila. Al comentarle que íbamos a dar un pequeño paseo y que no era necesaria, se tranquilizó.
 
 
 
El sol de la tarde, sólo molestaba para hacer las fotos. Se trata de una zona especialmente agradable para los días de calor por sus agradables sombras.
 
 
 
Recientemente se ha hecho algún arreglo en el camino y se han colocado vallas que permiten pasar con más confianza en los tramos más peliagudos.
 
 
 
Como siempre, a Elia no para de llamarle la atención todo. Esta vez le sorprende la altura que se gana en cada giro de 180º del camino. También me echa en cara que siempre le digo que los abetos tienen un tallo único que les da un porte característico, al encontrarnos con un abeto espectacular con un porte a modo de candelabro.
 

 
 
Los abetos y las hayas van ganando poco a poco terreno a los arces, tilos y fresnos, conforme ascendemos valle arriba.
 
 
El camino hace un giro para salvar el barranco Espata y adentrarse en él. El bosque es alucinante y vemos líquenes que como dice Elia, "parecen telarañas". Le cuento que eso es un buen indicador de la pureza del aire y que somos unos privilegiados viviendo en este entorno tan sano y aprovechándonos de él, disfrutando como lo hacemos.
 
 
 
Al poco de pasar el barranco, los carteles indicadores nos ayudan a orientarnos y las carreras se suceden.
 
 
 

 
En poco más de media hora ya se escucha el griterío de los que vuelan por las tirolinas del Bosque de Oza. Elia pregunta que donde están y me dice si aparecerán por sorpresa como el ibón de Lacherito.
 
 
 
 
Efectivamente, sin darse cuenta y casi por sorpresa nos encontramos en el parque arbóreo de Oza. Esta era la recompensa que tenía Elia después del corto, pero espectacular paseo, por nuestro valle vecino.