Así, el viernes por la tarde, después de la escuela partimos hacia Lizara. La subida al Bisaurín llevaba también la pernocta en el refugio. También se trataba de algo nuevo, era la primera vez que dormía en un refugio y la primera vez que hacía uso de la tarjeta federativa. La ilusión con la que la entregó a la llegada al refugio fue una primera liberación de tensión acumulada durante los últimos días.
Cenó con ganas y nos fuimos a dormir temprano. Desde Aragüés del Puerto, yendo en el coche vimos como había nevado en la cima y la noche se preveía fresca. Madrugamos para salir temprano y las previsiones se cumplían en una mañana fresca y despejada.
En el collado de Lo Foratón nos tuvimos que poner la poca ropa que nos habíamos quitado en el ascenso hasta allí. El viento que allí soplaba ya no nos abandonaría en el resto del ascenso.
Como en todas las excursiones, las múltiples curiosidades y juegos hacían que el ascenso fuera más llevadero. Esta vez los cristales de hielo formados en el barro no pasaron desapercibidos. Paradas para echar un bocado se juntaban con equilibrios extraños, trepadas y sobre todo la novedad de machacar la primera nieve del año.
Poco a poco íbamos ganado altura y Elia no paraba de decir que ya tenía ganas de que se cumpliera su sueño de subir al Biasurín. Yo le recordaba que aún faltaba llegar hasta arriba y bajar para completar la excursión, pero ella seguía en sus trece y no cedía diciendo: "... ya, ya, pero es que ya estoy subiendo al Bisaurín".
Las manchas de nieve se iban haciendo cada vez más grandes hasta que, llegando a la cúpula de la cima, la continuidad se podía considerar total. Elia estaba eufórica y por momentos arrancaba como poseída hacia la punta hasta que, enseguida y tras desequilibrios producidos por el fuerte viento, pedía que le diera la mano.
Las rachas eran fuertes y frías. Un poco antes de llegar arriba paramos para añadir algo de ropa. Mientras, escuchamos un ruido que se hacía cada vez más fuerte. Una avioneta apareció de repente rozando la cima del Bisaurín. Sorpresa y asombro se juntaron ante la visión tan cercana del aparato. Comentábamos que si llegamos a estar en ese momento en la punta seguramente nos hubiéramos tenido que echar al suelo para evitar la sensación de que se nos llevara por delante. Para Elia pasó a ser de lo mejor del día.
El fuerte viento y el frío no permitió estar mucho rato en la punta, pero nos fuimos con la faena hecha. Descendimos un buen rato hasta que en un resguardo echamos un bocado, comentando que ya habíamos hecho el Bisaurín, que habíamos pisado un montón de nieve y que habíamos visto una avioneta volando muy muy de cerca.
En la bajada nos cruzamos con mucha gente que subía y todo el mundo le decía algo a Elia. Me decía que no le gustaba mucho que le dijeran tantas cosas, pero yo le decía que si yo viera a una niña o niño de su edad por el Bisaurín también le diría muchas cosas para animarle.
Una vez cruzado el collado de Lo Foratón nos permitió quitarnos de nuevo ropa y pensar en llegar al Refugio de Lizara para reponer fuerzas con unos buenos huevos fritos.
Después de un verano preparándonos con ilusión, se había cumplido el sueño de subir al Bisaurín. Además, habíamos dormido en un refugio de montaña y habíamos tenido la suerte de tener un día espectacular, en un entorno precioso y con una nevada reciente que hizo las delicias de una joven montañera en su ascensión. Además el paso de la avioneta por la cima no sera fácil de olvidar. Lo que si resultó fácil fue dormir rápido al acostarse por la noche, después de que en los últimos días, desde que se confirmaba que íbamos al Bisaurín, el conciliar el sueño resultaba complicado.
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