El aspecto de Zuriza ya corresponde al tiempo en el que estamos y la cantidad de nieve es considerable. Fui a buscar el camino de subida al Cubilar de Pinaré siguiendo una huella que se dirigía a los depósitos de agua del Camping Zuriza. A partir de ese punto entraba "a la brava" por el pinar hasta enlazar con el camino.
Al salir del bosque y llegar al Cubilar de Pinaré distinguí tres siluetas. Una resolvía mis sospechas de quién podía entrar así al bosque para enlazar con el camino: se trataba del mismísimo Castán. Las otras dos eran desconocidas para mí.
Al llegar a su altura conocí a Olatz y Txema, amigos de Castán y con los que compartí bien a gusto parte de la mañana. Castán, como solo había ido a dar una vuelta por los depósitos decidió darse la vuelta en las primeras pendientes de Pinaré. Claro, no llevaba mochila, ni guantes, ni ....
Txema, Olatz y yo decidimos continuar mientras el viento nos respetase. A pesar de que éste ya había trabajado dejando curiosas texturas en la nieve, por el momento, y contra todo pronóstico, no nos molestaba demasiado y el día resultaba espectacular.
Al llegar al conocido como "Campo de aviación", ya dando vista a la punta de Quimboa Bajo las cosas cambiaron radicalmente. El viento soplaba fuerte y la cima parecía una pista de despegue para la nieve.
Mientras Olatz y Txema optaban valientemente por continuar hasta la punta, yo cobardemente decidí quitarme las pieles a resguardo e iniciar la bajada hacia el Cubilar de Quimboa.
Ya había comentado con la pareja que si no veía clara la bajada me daría la vuelta y bajaría por donde habíamos subido los tres. Pero pese a tener que ir buscando los tramos más seguros para bajar, y con mucho cuidado, pude salvar los escalones más delicados para llegar a zona segura en el Cubilar de Quimboa Bajo.
Más contento que unas castañuelas me enfrenté al barranco por donde había que inventarse la bajada y disfrutar del tramo desbrozado este verano pasado para que más de tres mil ovejas pudieran bajar sin problemas. Las ovejas bajaron y subieron muy cómodamente por ese trozo y yo también bajé bien a gusto por el mismo sitio.
En busca del barranco para llegar a Tachera algún que otro raspazo en los esquís nuevos me hicieron protestar un poco. Pero teniendo en cuenta que la única forma de no rayarlos es dejarlos en casa, rápidamente me volví a centrar en lo que estaba disfrutando.
La habitual "calzoncillada" por la pista de Tachera hasta el coche puso fin a una muy buena toma de contacto con la nieve y los esquís. Una cerveza en el Camping y el reencuentro con Olatz y Txema redondearon una muy buena jornada.
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