Partimos desde el aparcamiento de Linza con los esquís puestos ya que la innivación es extraordinaria en todas las orientaciones, y el día promete.
Por supuesto que no faltó el cachondeo. Que si ya no tienes edad, ¡enfermizo!, que si tengo que pensar en ponerme la vacuna de la gripe, tampoco faltaron alusiones a mi fobia y sus consecuencias a las agujas en las extracciones de sangre. Pero yo estaba que daba saltos de contento por poder aprovechar aunque solo fuera uno de los días de anticiclón que ha perdurado mientras yo estaba encerrado en casa.
Entre risas y mi intento de respirar solo por la nariz para evitar que entrara el aire frío de la mañana en mis bronquios, nos plantamos en la arista de Petrachema desde donde la vista puede recrearse con lo que hay alrededor.
Jaime tenía ganas de esquiar la pala de Petrachema ya que la vez anterior no la pudo esquiar y apretaba el ritmo en la arista para llegar cuanto antes a la punta.
Antes de pillar la pala de Petrachema echamos un bocado en la punta y ahí empezó a coger forma la posibilidad de atacar también el Mallo de Lacherito. Comentamos varias opciones, remontar con crampones por la norte del Mallo o esquiar por el barcal y volver a remontar con esquís hasta el Mallo. A mi personalmente me apetecía disfrutar de la esquiada, aunque después hubiera que remontar más. Jorge no podía porque tenía faenas, Jaime dudaba, a Pablo le daba igual y yo me decantaba por mi opción.
La cantidad y calidad de la nieve tanto en la pala como en el resto de la bajada mantuvieron las intenciones de remontar hasta el Mallo. Mientras a Jorge las obligaciones le impedían quedarse, Jaime decidió acompañarle y Pablo y yo pusimos pieles con la intención de remontar hasta el Mallo.
No sabía como iba a reaccionar mi cuerpo después de tantos días de inactividad y de tanta pastilla, así que decidí tomarme la remontada con tranquilidad. La decisión fue acertada ya que el haber arrancado con el ritmo habitual creo que me hubiera hecho sufrir en el ascenso, de esta forma subí mas relajado y aunque se notaba que no estaba al cien por cien, no cargué las piernas para poder disfrutar de una bajada que se preveía espectacular.
La abundante calima, que restaba visión en las largas distancias, no restaba nada al disfrute que estaba viviendo después de tantos días de encierro.
La bajada fue toda una gozada. La nieve estaba en su punto, incluso se mantenía dura en las umbrías. Solo en la parte más baja y en orientaciones sur la nieve transformaba con rapidez. Esta nieve podrida hizo que mis esquís se enterraran cuando más confiado iba en una larga diagonal y con velocidad, provocando una caída potente y las posteriores risas de Pablo que iba detrás y lo vio todo en vivo y en directo. A partir de ahí le deje que fuera delante, pero no hubo suerte y no pude reirme como me hubiera gustado. Día completo que cogí con ganas después de mi convalecencia, que terminó tomando un trago en el Refugio de Linza y planeando la próxima salida.
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