Todo estaba a favor, el sol, la nieve, la temperatura,... así que casi sin darme cuenta me planté debajo de la cornisa de La Paquiza. Allí decidí quitar pieles y bajar antes de que Elia terminara su clase de esquí de fondo.
La bajada la hice rápido para que me diera tiempo a cambiarme y tomar una caña antes de empezar a comer a las dos, que era cuando terminaba el cursillo.
Después de la comida, Elia quiso probar sus nuevas raquetas. Pero como las condiciones de nieve eran muy buenas, y lo prometido es deuda, coloqué sus pequeños esquís y sus botas de alpino en la mochila y empezamos a remontar por la ladera del Sobrante con idea de bajar después esquiando por el monte "como hacen los que van de travesía".
Pese a que a esas horas ya no lucía el sol de la mañana y las nubes habían ganado terreno en el cielo, la ilusión de subir con las raquetas para luego bajar con esquís superaba cualquier traba que nos encontrásemos. Además, no solo es que desaparecieran todas las trabas sino que aparecían nuevas fuentes de entretenimiento como el iglú que nos encontramos a mitad de camino.
La pequeña construcción dio para mucho. Jugar y preguntar eran todo uno, incluso provocó algún atasco en las respuestas.
Después de esto, solo faltaba encontrar el lugar ideal para cambiar las raquetas por los esquís y buscar la pendiente perfecta para disfrutar de la primera bajada de Elia por nieves sin pisar por las máquinas. De ello me había encargado ya por la mañana en la rápida bajada de La Paquiza y todo estaba previsto para el estreno de Elia.
Sus gritos de júbilo se dejaban oír, "¡estoy haciendo travesía!", gritaba, "¡esto es chachi!". En un momento de parada me comentaba que esto era mejor que esquiar en pista porque no había que estar pendiente de que nadie se te llevara por delante al hacer los giros.
Satisfecha con su nueva experiencia, y después de recoger todo, decidimos tomar un cola-cao en el refugio. Además así le contaría a Beni que ya había hecho travesía. Acababa de hacerlo y ya tenía unas ganas terribles de contarlo, Beni fue el primero en recibir la noticia, después Eloy,...
Nos despedimos de Linza no sin antes ver desde primera fila como la máquina pisa pistas planchaba la nieve para que el día siguiente el cursillo volviera a ser todo un éxito como hoy.
Bajando hacia Ansó, y como el día ya empieza a alargar decidimos parar en el entorno de la Cueva de Los Cuchareros.
Antes de hacer la visita de rigor a la cueva, nos abrazamos al impresionante fresno que hay en sus cercanías, visitamos el monumento con el "mosquetón gigante" que recuerda a un escalador que se quedó para siempre en el circo de Ezacaurri, nos metimos en el bosquete de tejos que está al lado, descubriendo que pese a su alta toxicidad no pasa nada por tocarlos y finalmente bajamos a la cueva antes de despedirnos del día y bajar a Ansó para contarle a mamá todo, todo y todo.
Este monte de Anso esta lleno de chabalins y rayons, o mejor dicho,! Jabatas!
ResponderEliminarLo mejor es lo bien que se pasa en el monte cuando uno disfruta en él. Da igual que seas un jabalí, un raboso, una ardilla, o un gorrión.
EliminarMuchas gracias por el comentario.