El camino sube por el cerro dando vueltas y ganando altura rápidamente, ofreciéndonos vistas espectaculares desde el principio. Aunque parece imposible, éstas mejoran cada vez, conforme avanzamos por la Loma Malcarau y Borda Alterau.
Al saltar al Cerro de Calveira el aire se deja notar pero el ascenso fuerte y rápido evita que me tenga que poner algo de ropa. Aún así me da tiempo para observar como la vegetación, sin el freno de la carga ganadera, se apodera de la tasca y permite pensar que, en pocos años, el bosque se apoderará definitivamente de esta preciosa loma herbácea.
También me da para ver como el frente anunciado se acerca agresivamente empujado por el cierzo. Este cierzo es aprovechado por las grullas que en sucesivos bandos ruidosos bajan por el valle hacia el sur, en busca de temperaturas más suaves, para pasar el invierno que parece que por fin llega.
Ahora las vistas que tengo, tanto del valle, como del pueblo, como de Segarra con su garganta y barranco, así como del barranco de Sansorría y hasta del Bisaurín que asoma por un segundo entre las nubes compensan la incomodidad producida por el fuerte y frío viento reinante.
Arriba en Calveira, justo en la divisoria de aguas, que coincide con la divisoria de Aragón y Navarra, decido ponerme la chaqueta y los guantes. La chaqueta ya no me la quité en el resto del día.
Una vez en el cerro, la llegada a Forato se hace casi obligatoria y pese al cierzo se disfruta viendo todo. Paso por los chamarcallos donde Pablo vió hace un mes el rastro del oso y hoy los disfrutan los jabalís dándose baños higiénicos. Cojo algún que otro caperan, no sin dificultad, pues algunos de ellos, los más expuestos a las condiciones meteorológicas reinantes se encuentran congelados. Sin darme cuenta me planto en la punta de Forato para los ansotanos y Calveira para los navarros, obteniendo nuevas vistas agradables.
Decido buscar un buen resguardo para echar un bocado, no vale cualquier cosa ya que llevo buena comida, hay hambre y tengo hasta la bota de vino. Localizo un buen sitio navarro, orientado al sur y a resguardo del cierzo. Mientras el sol me pega de lleno, escucho y veo como el aire empuja y dobla las copas de los pinos cercanos, pero el cado es bueno y a mi no me afecta. Doy buena cuenta de la comida sin prisa por volver, hasta que de repente lo que hacía un poco ya me había parecido, se confirma, ¡está nevando!. Pequeños copos llegan arrastrados por la fuerza del aire y decido ponerme en macha saliendo del resguardo en dirección a la divisoria. Mirando hacia el sur, todo sigue igual, pero hacia la cabecera del valle las cosas se van poniendo cada vez más serias.
En vista de que el aire cada vez es más fuerte, decido bajar por el cerro de Los Ordiales en busca del camino que pasa por la Borda Jacinto y el Campo Liforas para llegar a la parte baja del Cerro de Calveira por el resguardo del bosque.
Justo antes de llegar a los restos de la Borda Jacinto sorprendo a una jabalina con sus dos crías y los cuatro elegimos caminos distintos para continuar, dispersándonos en milésimas de segundos. El resguardo del bosque resulta agradable y cuando llego al cerro, antes de seguir bajando hacia casa, aún me animo a acercarme a la cruz que se va manteniendo por todos los que pasamos y que sabemos porque está allí.
Se trata de una señal que indica el lugar donde se encontró congelado a un pastor de Ansó, de casa Marcón, al que le sorprendió un cambio brusco de tiempo. La gente del pueblo salió a buscarle al día siguiente sabiendo que no había acudido a casa la noche anterior en contra de lo previsible. Su perro, que no lo abandonó en ningún momento, fue fundamental en su localización.
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