domingo, 29 de noviembre de 2020

Paseo por Segarra, Ansó. Picoya-Pueyo Segarra-Espildoya

 El pasado domingo 22 de noviembre nos fuimos con Elia al monte para dar una vuelta por Segarra y a la vez subir al Pueyo Segarra, ya que era una de las cosas que tenía puestas como objetivo desde hacía tiempo.




Entre unas cosas y otras lo habíamos dejado pasar desde hacía tiempo y fue el momento de hacerlo con una buena previsión meteorológica y sin agobios de calor como en verano.




Nos acercamos con el coche hasta la barrera que impide el paso a vehículos no autorizados en la pista de Izquierda del Veral o como la conocemos aquí, la pista de Picoya. Aunque disponíamos del permiso para pasar no nos hacía falta, ya que iniciamos la excursión por el camino del Cerro de Socalá.




Elia ya conocía parte del camino, ya que pasamos por el Campo Cortés esta primavera en nuestras primeras excursiones después del confinamiento. Desde ese punto ya veíamos el perfil del recorrido que teníamos previsto realizar.




Conforme ganábamos altura y llegábamos a la Collada Baja, empezábamos a tener vistas cada vez mejores de los valles de Ansó y Hecho, así como del encerrado Valle de Reclusa o Valdespetal que desemboca en Siresa.




Además, en el monte siempre hay sorpresas, y aunque Elia me comentaba que le gustaría ver un oso, esta vez nos contentamos con ver un potente y ágil ciervo, que pese a su cornamenta y volumen saltaba entre rocas, pinos y "chinebros" (enebros) con una facilidad alucinante.




El cordal que une Picoya y el Pueyo Segarra, también nos permitió ganar en vistas, así, aparecieron Peñaforca, el Castillo de Acher, la Costatiza, Agüerri, Bisaurín y hasta la Punta Marcantón en la que también estuvimos este verano.




Tantas ganas tenía de estar en el Pueyo Segarra y tan contenta se vio de estar allí que lo recorrió al galope de punta a punta gritando que se sentía como Heidi.

 



También aceptó de buena gana la propuesta de echar un bocado, y poco nos costó buscar un resguardo para mitigar la gana. Desde allí le comenté que la vuelta la haríamos por la poco utilizada y casi desconocida Senda de Espildoya, que casi de divisaba desde donde estábamos almorzando.




Desde las alturas observamos por la zona a dos personas que no sabíamos quienes eran, pero se nos hacía raro que hubiese alguien por allí cuando sabíamos que no había ganado y la zona no es muy transitada de cara al turismo. Tampoco era temporada de setas, así que la duda se resolvió cuando fuimos bajando.




Eran un par de guardas de la zona que habían ido a buscar una oveja muerta por posible y probable ataque de oso según nos comentaron, El ganado había bajado el día anterior y el ataque se habría producido uno o dos días antes. Nos indicaron donde estaba la oveja muerta y Elia no dudó en ir a localizarla. Esto nos cambió un pelín los planes de recorrer la Senda de Espildoya, ya que ésta nos quedó un poco más baja, pero la posibilidad de ver una oveja que había atacado el oso no la quería perder.




En el Campo Cortés, de nuevo variamos el camino de bajada y descendiendo por la Loma Picoya llegamos a la Borda Menuda, donde el bordalero Carlos mantiene las tradiciones y cuidados de su terreno, desbrozando y quemando los cantos de los campos de la borda.


Después volvimos al Cerro Socalá por la Fuente Dionisio entretenidos por una ardilla que nos iba escoltando, para bajar hasta donde habíamos dejado el coche.
Con unos "revichuelos" y unos "caperanes" volvimos a casa tan contentos, y aunque no llegamos a ver al oso, si que estuvimos por donde el había pasado y disfrutamos como siempre del monte en un noviembre que nos esta dejando aprovechar de lo lindo.











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