Dejamos el coche en el aparcamiento de Gabardito y salimos con ganas hacia nuestro objetivo. Elia llevaba la mochila como siempre, pero esta vez la pernocta prevista en Lizara hacía que el peso fuese mayor.
Pasados los tramos de bosque llegamos a los pastos donde ya se veía a lo lejos el Collado de Lo Foratón. Todavía quedaba por recorrer Dios Te Salve, Plandániz y Foratón.
Mientras que en las hondonadas la calma hacía que el calor aumentara, en los altos, una suave brisa permitía una buena y agradable refrigeración.
En Plandániz había bastante ganado. A uno de los rebaños le estaban dando sal y estaban bien reagrupados y el resto de vacas se mezclaba con alguna yegua. Al remontar hacia Foratón unas cuantas yeguas y potros bajaron al galope junto a nosotros para juntarse con el resto del ganado. A Elia le encantó la velocidad que llevaban y le sorprendió el ruido de los cascos contra el suelo. También dio la casualidad de que un caballo relinchó junto a nosotros, pasando toda esta situación, a ser lo mejor de la mañana.
Desde Lo Foratón, el collado ya se veía muy cerca y el esfuerzo de subida ya llegaba a su fin.
En el Collado de Lo Foratón paramos a echar un vistazo y a comer algo. Elia veía tan cerca el Bisaurín que se acordaba de la otra vez que estuvimos, y por supuesto de la avioneta que nos pasó tan cerca por la punta.
Como el tiempo parecía que dejaba y llevábamos un buen horario, decidimos remontar hasta el Putal Alto de Lo Foratón y variar el descenso. Además de subir a un pico nuevo conoceríamos otra opción de bajada hasta Lizara diferente de la habitual.
Acelerando un poco el paso y ya acostumbrada al peso de la mochila, descendimos a la aventura por unas espectaculares laderas. Yo le comentaba a Elia que en invierno da gusto esquiar por allí y ella ya me preguntaba que cuantos años le quedaban para poder ir con los esquís de travesía. "Ya me estoy imaginando bajar esquiando por aquí", decía, "¡como mola!".
El bajar tan ligeros por la amenaza de tormenta hizo que en el bosque, unas piñas hicieran de patines provocando que me diera un buen culetazo. Elia se partía de la risa y cuando pudo empezar a hablar me comentó que lo de las yeguas ya había pasado al segundo puesto. Que lo mejor del día había sido mi caída.
Una buena ducha y después de comer, un rato de manejo de brújula jugando hasta la hora de la cena, completaron un día bien majo en donde la amenaza de tormenta se quedó tan solo en eso.
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