Estas temperaturas suaves y las rayadas de sol hacen que las yemas de las hayas quieran romper por momentos.
También el río Veral está espectacular con un caudal abundante y limpio que adorna el paisaje con sus juegos entre las piedras del cauce.
Me había cogido un chubasquero porque creía que tenía muchas posibilidades de usarlo, es más, no tenía nada claro que llegara a Zuriza sin mojarme. Es evidente que no tengo futuro como meteorólogo porque me planté en Zuriza y cada vez en el cielo se iban abriendo más claros.
Animado por esta situación, decidí saltar al vecino Valle de Roncal para completar una circular, aunque llegara a comer un poco más tarde de lo previsto.
La bajada por Belabarce siempre resulta espectacular. Esta vez, el verde nuevo se apodera de sus praderas y anuncia que la primavera ya no tiene vuelta atrás.
Al poco de llegar al valle del Esca, me paré en el Puente de Otsindundua para cruzarlo y asomarme a la Cueva del Ibón. Esta había entrado en carga como suele ser habitual en tiempo de deshielo y no permitía aventurarse por su interior, pero el ver el agujero de cuento y oír el rugido que el agua produce desde su interior siempre resulta mágico.
Antes de llegar a Isaba se puede disfrutar de más puentes sobre el río Esca que se han respetado pese a los avances en las infraestructuras viarias.
El bochorno reinante hacía que, aunque iba valle abajo, me tocara pedalear para avanzar. El paso por Urzainki y Roncal fue rápido, aunque como suele ser habitual cuando paso por este último, me paro para observar los truchones de su vivero.
Al llegar a la fábrica de Enakesa, y no parar de mirar la chimenea como siempre, tomé el desvío a Garde que me llevaría hacia las rampas del puerto de Matamachos. Un puerto que da gusto subirlo siempre que se va de paseo. Las rampas y las curvas te van animando siempre, y el ver como se van quedando atrás cada vez más tramos, aún anima más. Otra cosa es tratar de apretar, el que quiera forzar la situación dispone en Matamachos de un buen sitio para hacerlo.
Una vez superado el puerto, la bajada hacia casa resulta de lo más reconfortante y más cuando a uno se le ha pasado un poco la hora de la comida y se da cuenta, de repente, de que tiene un hambre atroz.
Sin haberlo preparado y animado por el tiempo, completé una de las circulares clásicas de la zona... y sin ponerme el chubasquero. ¡Una gozada de paseo!
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