El rehielo nocturno había sido bueno y eso hizo la necesidad de las cuchillas desde el principio. Casi coincidió el dar vista al pico con la llegada del sol. La fresca mañana favorecía el ascenso y la aparición del astro solo molestaba a los ojos cuando la ruta obligaba a ir hacia él.
Pasadas las primeras pendientes, la ruta se suaviza en busca de la última pala de acceso al pico, haciendo muy cómodo el ascenso.
Gracias al madrugón, y al sueño pasado, el horario nos favorecía y aún en las zonas donde había estado dando el sol, la nieve seguía estando dura en las cotas por las que nos movíamos.
Antes de la última remontada, aprovechamos para echar un pequeño tentempié y observamos que pese a llevar un muy buen horario ya había alguien bajando de la cima. Nos conformamos, sin plantear ninguna duda, con ser los segundos en acceder al pico.
Los últimos metros los remontamos sin esquís, tampoco pusimos crampones, aunque no hubiera estado de más ponerlos. La profunda huella marcada facilitaba mucho el ascenso y con el piolet en la mano nos encontrábamos seguros.
El día era espectacular y en la cima decidimos tomar algo, mientras pasaba un poco más de tiempo que nos beneficiaba para la esperada transformación de la nieve.
Mientras iba llegando gente, decidimos iniciar la bajada y, aunque en la parte alta la nieve se mantenía dura, el resto del descenso lo cogimos en su punto, incluso en las partes más bajas donde ya estorbaba la ropa, disfrutamos de la nieve sin agobiarnos por encontrar nieve podrida.
Tras pasar el embudo, una lengua de nieve que habíamos fichado por la mañana, nos permitió, apurando la nieve hasta el final, llegar casi hasta el barranco. Esta vez, además, hubo suerte y entre alguna que otra posibilidad de caer al agua, conseguimos cruzarlo sin descalzarnos.
El ascenso fue bueno y cómodo, el descenso disfrutón, el ambiente mejor, las risas abundantes y como llevábamos tan buena hora, decidimos volver a Ansó para disfrutar de un buen vermú antes de comer. ¡Así se puede ir a cualquier sitio!
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