El paso por el bosque siempre se hace entretenido, a las formas curiosas que nos vamos tropezando, se le une la imaginación de una niña de seis años. De este cóctel, y sólo teniendo en cuenta las ramas secas que nos vamos encontrando por el suelo, pueden aparecer desde cuernos de unicornio, pasando por cuernos de ciervo o incluso micrófonos para cantar...
Al salir del bosque, Elia empieza a mirar todo lo que tiene alrededor. Reconoce perfectamente el que hasta ese día había sido su pico más alto, la punta Maz. Observa los picos de Petrachema, Mallo de Lacherito y Chinebral de Gamueta y a los tres les pone formas,... de león, de águila.
El fuerte viento hace que Elia desista de llevar gorra, ya que tenía que ir sujetándola todo el rato por miedo a que saliera volando hacia Belagua. Mientras, ese mismo aire, hacía que tuviésemos que hacer uso de la chaqueta para no pasar frío en el cordal que nos llevaba hacia la punta de La Paquiza.
Al llegar a la cima, le sorprendió lo pequeña que era la caseta que ya le había avisado que nos íbamos a encontrar. "¡Pero si no cabe ni la muñeca más pequeña que tengo!". Más sorpresa le produce el leer en las chapas que hay en el tejado de la caseta la altitud a la que se encuentra, 2.112 metros, ..."¡toma!", "¡más que la punta Maz!". En vista de que en la cima de su primer "dosmil" no apetece parar a almorzar con el viento reinante, decido bajar un poco y buscar un resguardo al lado de un nevero que también permite algo de diversión.
El lugar, el chubasquero y el tentempié, hacen que venzamos la incomodidad producida por el aire y decidamos continuar con la excursión.
Además de babosas, escarabajos y sarrios, Elia observa como las ovejas disfrutan del frescor que produce la nieve que aún queda por la zona. También está contenta de ver Petrachema y La Mesa de los Tres Reyes desde tan cerca, y de que vamos a recorrer parte de su camino en nuestra bajada.
Tras alcorzar por "zinglas y barranqueras", alcanzamos el camino de Petrachema y La Mesa justo por debajo del collado de Linza.
En el descenso, entre otras muchas cosas que me contaba, me llamó la atención el cálculo que hizo de los mocos que podían caber en la nariz de una bruja. Lo hacía en función de los que había sacado durante la mañana de su propia nariz, por el efecto del fuerte viento. "Si a mi me caben cien mocos en cada agujero, doscientos en toda la nariz. A una bruja le caben por lo menos... mil doscientos".
Al parar a echar un trago en la fuente de la Foya de Petrachema, me comentó que tenía hambre. Le ofrecí una barrita de coco que son las que le gustan a ella y me preguntó si quedaba mucho. Al decirle lo que faltaba para llegar al Refugio de Linza, decidió guardarse la gana para los huevos fritos que había pactado con ella antes de salir.
La bajada por el Sobrante fue veloz, y rápidamente nos encontramos sentados en una mesa del Refugio de Linza esperando a que Patxi nos sacara la comida. Con los huevos fritos casi completamos un buen día de monte en el que había que celebrar su primer "dosmil". Todavía faltaba parar en Zuriza para ver a su amiga Ainara y echarse un baño en la poza.
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