La cercanía al pueblo del Paco de Ezpelá nos permitía, como otras veces, no utilizar el coche. Pero esta vez, la necesidad de subir las bicis hasta el enlace del camino con la pista, hacían que Elia no tuviera muy clara la estrategia al principio.
De todos modos, confió en lo que le había preparado y nos lanzamos a la aventura cruzando el barranco de Ezpelá antes de llegar a la tejería. Pronto llegamos al cruce de caminos que Elia ya se conoce y tomamos el que sube dando vueltas por el paco de Ezpelá hasta cruzarse con la pista que es donde habíamos escondido las bicis.
Por el camino, además de correr, saltar, ver piedras que parecen ríos ...???, no dejó de sorprenderle la altura que alcanzan algunas hierbas superando en talla hasta a su padre.
Al llegar a donde habíamos escondido las bicis, entendió la estrategia del principio. Su cara mostraba cierta incertidumbre provocada, creo, por si sería capaz de bajar por medio del monte y por la pista de Ezpelá hasta abajo como llevaba pensando y soñando desde hacía varios días.
Sin perder tiempo, sacamos las bicis del escondite hasta la pista y nos preparamos para bajar después de echar un buen trago de agua.
En el momento de arrancar intuí desde atrás que la cara de incertidumbre se había transformado por completo a tenor de los gritos que oía, ..."¡esto es chulísimo!", ..."¡mola!",..."¡cuantos botes!"...
Conforme íbamos bajando, la prudencia con la que inició el descenso iba desapareciendo, pero los gritos que transmitían el disfrute, no. No pasó desapercibida una de las trampas que se colocan en el monte para controlar las plagas de insectos que afectan a la masa forestal.
Al realizar la parada se dio cuenta de que se le cansaban las manos de tanto frenar y a partir de ahí tuvimos que ir parando cada cierto tiempo para relajar esos dedos atrancados.
En el tramo final de la pista la pendiente se suaviza permitiendo el pedaleo y la definitiva relajación de los dedos de las manos de Elia. Antes de llegar al final ya me preguntaba que cuando volveríamos otra vez con la bici al monte.
Pese a la extrañeza de la estrategia de subir primero a esconder las bicis, de la incertidumbre de si sería capaz de ir con la bici por el monte como quería hacer desde hacía tiempo, del agarrotamiento de sus dedos por frenar en tanta pendiente continuada, el disfrute por el monte, como siempre, ha sido extraordinario.
Además, el hecho de estar tan cerca de tantas posibilidades nos permitió llegar a casa, sin ningún incidente ni caída, con tiempo suficiente para tomar un vermú con mamá, mientras Elia seguía dando vueltas con la bici, esta vez en la plaza.
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