Pasado el pueblo de Santa Lucía dejamos el coche y comenzamos a caminar por terreno cheso. Rápidamente Elia tuvo su primera sorpresa, la Borda Florentina y sus verdes campos que la dejaron con la boca abierta.
Seguimos caminando, en ese momento me despisté del camino y decidí cruzar monte a través hasta alcanzarlo más arriba en lugar de volver sobre nuestros pasos y cogerlo correctamente. No sabía como iba a reaccionar Elia envuelta entre aliagas y bojes mas grandes que ella pero no pareció afectarle negativamente y pronto nos recolocamos en el camino.
La monotonía de este tramo se rompió con la vista de las casas de Santa Lucía y entre ellas la de sus amigas Aitana y Candela. A Elia le gustó eso de observar sin ser vista, "papá, a que Aitana y Candela no se pueden imaginar que estamos viendo su casa desde el monte, ...y sus juguetes" .
Elia se lanza hacia adelante, pero al menor descuido y cuando observo que se queda rezagada, no falla, esta buscando cualquier trepada o piedra que la ponga a prueba.
Antes de llegar a las cuevas, Elia descubre algo nuevo, no entiende porque hay una pelota amarilla pegada a una hoja de chaparro. Le cuento que es una respuesta del árbol ante agresiones de insectos con el fin de parasitarla. Como veo que pone caras raras, lo simplifico recordándole la reacción de su piel cuando le pica un mosquito en verano. Además le invito a mirar otras hojas para encontrar otro tipo de agallas y sin movernos del sitio y con un poco de suerte observamos otras agallas en la hoja de un arce.
Hoy Elia no gana para sorpresas, después de ver casi todo el camino recorrido observando la carretera al fondo del valle, llegamos a las cuevas donde antes de entrar se queda ensimismada con el pedrusco que hay a la entrada. Aún más cuando le digo que está en constante formación y que cada día crece un poco más. Ahí no acaba la cosa, aún aumenta la sorpresa cuando le digo que la culpable de esa formación no es otra que el agua.
Una vez dentro de las cuevas la curiosidad no tenía límites, desde la búsqueda de estalactitas, estalagmitas, el oso, las cacotas de ovejas, piedras, huesos, palos, ... eso si y fundamental fue la linterna que nos regaló tía Mila para todas estas observaciones.
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Aunque conseguí que entre tanto comiera un poco de chocolate y unas almendras, no encontraba la forma de sacarla de las cuevas. La medio convencí diciéndole que aún íbamos a ver otra borda, la Borda Lo Payar, y la terminé de convencer diciéndole que después bajaríamos monte a través y sin seguir el camino como habíamos hecho por equivocación esta mañana. Esto último hizo que saliera pitando y llegáramos a la Borda Lo Payar en un periquete.
A partir de ahí, lo prometido, bajamos hasta casi la carretera monte a través saltándonos todas las curvas del camino lo que hizo que llegáramos al coche con muy buena hora para llegar a comer a casa. Habíamos pasado una mañana llena de sorpresas, en un día gris de otoño, pero con una temperatura muy agradable.
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